LA CIUDAD ROJA (MARRAKECH). EL COLOR DE LA TIERRA












(Enviada por nuestros amigos, Jesús y Aurora, 
que conocen nuestra pasión por viajar)







Destino deseado y siempre aplazado. Angel me disuadía de intentarlo por nuestra cuenta, en nuestra
autocaravana y tampoco llegó  cristalizar para un fin de semana largo alojándonos en hoteles y viajando en avión. Pero esta vez sí.

En febrero adquirí los billetes. La semana de San Isidro, solo festiva en Madrid y pasado ya el aluvión previsible en Semana Santa y para el puente de mayo, podrían ser unas fechas adecuadas.  Saldríamos el viernes día 10 y regresaríamos el jueves día 16. Dispondríamos así de seis noches, y unos cinco días.

Cuando comencé a leer me di cuenta de que con dos días podríamos tener una buena idea de la ciudad así que pensé en cumplir uno de mis más fervientes deseos: conocer el desierto, pero el desierto de arena, para lo cual nos tendríamos que desplazar al este del país, hasta Merzouga, puerta del desierto del Sahara a 560 km de Marrakech  y  cerca de la frontera con Argelia.

Esto suponía viajar durante dos noches y tres días haciendo la primera noche en las gargantas del Dades recorriendo la ruta denominada de “las mil Kasbash” para luego dormir la segunda ya en el desierto en un campamento habilitado al efecto, para regresar el tercero desde el desierto en Merzouga hasta Marrakech lo que suponía seis horas prácticamente sin parar. Eran paquetes completos y el precio variaba muy poco de una empresa a otra. Entre 90 y 100 euros por persona. Pero aquí no tenía la posibilidad de elegir nada. Solo adaptarme a lo fijado, así que empecé a valorar la posibilidad de contratar un coche y guía privado pero los precios se dispararon  hasta triplicarlo, cerca de 300 euros por persona, por lo que también busqué viajar con un grupo pequeño, lo que resultó prácticamente imposible y también se me pasó por la cabeza alquilar y coche y conducir nosotros de lo que me volvió a disuadir Angel.

Así que las posibilidades se redujeron a dos: o en grupo organizado o solos nosotros dos. En la información sobre estas excursiones privadas que encontré en internet no venían los precios así que tuve que enviar muchos correos y para mi desconsuelo todos los precios que me daban eran similares. Así que dentro de los más económicos comencé a priorizar por algo tan sencillo como al parecer, difícil de encontrar: un campamento en el desierto, cuanto más pequeño mejor, alejado cuanto más de las ciudades y de otros campamentos. Y es que me habían contado que el objeto de mucha gente que viajaba al desierto del Sahara era hacer lo que vulgarmente se llama “el cabra”: circular por las dunas en quats, tirarse por ellas, brincar, correr… y por la noche desde un campamento se oía el jaleo de otro. Y los alojamientos, las haimas, parecían habitaciones de hoteles de distintas categorías cuya única diferencia con ellos estaba en las paredes, que en el desierto eran de tela. Estas haimas del desierto parecían no carecer de nada, siempre según el precio, claro: camas con sus cabeceros, sabanas, mantas, lavabos e incluso bañeras o placas de ducha para tomarla en medio del desierto.

Si bien esto podía ser atractivo para mucha gente, a mí era lo que me disuadía.  

Yo buscaba algo distinto, la paz y la serenidad que  brindan sus arenas,  las estrellas en un cielo sin luz y  el silencio. Sentirme en la noche rodeada de esa inmensidad inquietante y sobrecogedora. Intentaba disfrutar de una  experiencia lo más auténtica posible dentro de lo “artificial” que resultaría. Así que me puse en contacto con varias empresas y/o guías  hasta que encontré a Moha, quien me habló de un campamento que cumplía mis expectativas y cuyo precio podía pagar, aunque no distaba mucho de otros.

(https://www.vamosaldesierto.com/  Email : vamosaldesiertoo@gmail.com    teléfono  Whatsap: +212 668221499)

Pero, un par de meses antes comienza a correr el rumor de que están cerrando los campamentos en las dunas y un mes antes Moha se pone en contacto conmigo para confirmarme que habían trasladado todos los campamentos fuera de las dunas, instalándolos cerca de las localidades (Merzouga o Hassilabed). Yo le dije que no quería poner una tienda de campaña en el patio de casa así que o bien me quedaba en un hotel y hacía una excursión a las dunas o buscaba otra posibilidad que parecía existir: montar y desmontar las tiendas de campaña (unas sencillas de decathlon) sobre la marcha para disfrutar de la noche en medio de las dunas. Y la encontró. Pero eso cuando llegue el momento lo relato.

Volamos al color. Viernes 10 de mayo.

Salimos hacia el aeropuerto con mucha antelación. Parecía que se había producido una “alineación de astros” en nuestra contra: huelga de los controles de seguridad por lo que recomendaban llegar con tiempo suficiente para pasar los controles de seguridad, pero además el día anterior se produjo una rotura de una tubería del Canal que inundó uno de los accesos a la T-4, limitando por tanto el acceso a solo uno a través de una radial.

El taxi nos recogió puntualmente y nos depositó en la T-4 unas 3 horas antes de nuestra salida. Tardamos, como casi siempre, una hora hasta instalarnos ya en los accesos a las puertas de embarque y allí nos tomamos un bocadillo.

A la hora prevista comenzó el embarque y tras un vuelo sin nada que destacar tomamos tierra en el aeropuerto de Marrakech donde nos esperaba un taxi enviado por el propio hotel, cuya solicitud había efectuado anteriormente. Prefería pagar los 15 euros que sabía que era un precio elevado. Pero…Nuestro riad estaba en el centro de la medina y si bien estaba muy bien comunicado, el acceso era peatonal y había leído que sus callejuelas y callejones son laberínticas, así que mejor alguien que nos dejara en la misma puerta del Riad. Luego ya nos orientaríamos.

Unos 35ºC nos dieron la bienvenida en la pista a eso de las 18,00 hora local (2 horas menos debido al Ramadán). Habíamos pasado de los 25ºC de Madrid a 10 más en dos horas.

En escasos 20 minutos el taxi finalizó su recorrido en una de las entradas a la Medina y allí nos esperaba otra persona, un empleado del hotel, a quien seguimos por un laberinto de callejones, porque aquello no podían llamarse calles, hasta llegar a nuestro Riad, el Casa Sophia, (https://riadcasasophia.morocco-ma.website/ ) en el centro y casi equidistante de la Jemaa el Fna o “plaza grande” por un lado y por otro de las tumbas Sadiis y el Palacio Bahía, a tan solo cinco minutos. Un lujo. Desde luego si no llegan a llevarnos supongo que lo habríamos acabado por encontrar, pero con mucha dificultad.




El riad, al final de un callejón, es pequeño coqueto y muy tranquilo. Cuento unas 5 habitaciones que se disponen alrededor de un patio central, como las casas andaluzas, en tres plantas. Nosotros estamos en una de las dos que están arriba del todo donde hay también un sofá en el exterior y un poco más arriba una mesa con sillas al aire libre. La habitación es básica pero cómoda y sobre todo lo que valoro por el calor, es el aire acondicionado lo que no miré cuando en su día hice la reserva.
Dejamos nuestras maletas y nos fuimos a descubrir la ciudad. Y realmente no era difícil llegar a la famosa plaza Jemaa el Fna, centro neurálgico de la ciudad y corazón de la medina. Tan solo había que seguir nuestro callejón hasta el final y allí girando a la izquierda por una calle un poco más ancha y caminando unos 3 minutos desembocaríamos en este impresionante lugar. Ingenuamente le fui a decir a Angel que no desplegara el mapa para que no se notara que éramos turistas. ¡pero si lo llevábamos escrito en la frente!.


Caminando por la calle que nos deja en la Jemaa el Fna,   comenzamos a descubrir una ciudad viva, llena de colores, de olores, de ruido, de gente que iba y venía, de motos, bicicletas, todos compartiendo un pequeño espacio que a veces parecía insuficiente, hasta que de pronto se abre un gran espacio, lleno de luz y de más colores y de vida. Puestos llenos de fruta, gente vendiendo multitud de objetos diversos,…Estábamos ya en la Jemaa el Fna, un lugar mágico que fue declarado en el año 2008, como Patrimonio cultural Inmaterial de la Humanidad.
Intentando procesar lo que veíamos y casi ebrios por la profusión de colores, movimiento, ruido…., caminamos sin rumbo por la plaza dibujando su silueta y mirando aquí y allá. Los vendedores de los puestos intentaban llamar nuestra atención. Las más diversas actividades se mezclaban en ella: encantadores de serpientes a los que observé desde lejos sin atreverme a acercarme, tatuadoras con henna, aguadores con el traje típico que solían llevar antiguamente, hombres con monos para que te hagas fotos a cambio de una cierta cantidad de dinero, contadores de cuentos, vendedores de zumos, etc. Los puestos de comida se instalan sobre las 17 o 18 horas y se desmontan a la madrugada. Están numerados y cada uno tiene su especialidad: salchichas, pequeñas hamburguesas, cabezas de cordero, hígado, brochetas de pollo, etc., pero yo había leído que eran “caza turistas” por lo que no teníamos intención de cenar en ninguno de ellos. 

Y siguiendo una reiterada recomendación subimos a las terrazas del Café de France para observar desde arriba este peculiar lugar y disfrutar de la puesta de sol. Pero fuimos incapaces de encontrar un sitio donde sentarnos a tomar algo mientras que disfrutábamos del espectáculo. Segundo intento en otra terraza, también fracasado aunque hicimos alguna que otra foto.
Era una especie de borrachera de los sentidos, así que decidimos irnos a cenar y sin saber cómo, ni siquiera dónde estábamos nos “cazó” un joven para cenar en el restaurante Guerrab. A mi me sonaba así que nos dejamos guiar hacia él entrando por una pequeña plaza y ascendiendo por una estrecha escalera que nos depositó en la terraza superior también pequeña, desde la que teníamos la vista de los tejados de la ciudad, con la mezquita de la Koutubia al fondo. Una media docena de mesas casi todas ocupadas, excepto la que ocupamos nosotros.

El sitio nos gustó. Corría una agradable brisa que alejó el calor de nosotros, el sitio era muy tranquilo y agradable así que allí nos quedamos. Cogimos una especie de pizarras que contenían los menús y llamé a la joven que parecía servir las mesas. Pero…eran las 19,30, hora más o menos, en la que terminaba el día de ayuno - llegamos en el corazón del mes de Ramadán-,  por lo que me dijo que tomaba nota, pero que se iba a cenar y tendríamos que esperar 15 minutos. Nos pareció curioso pero el sitio era tan agradable que no le dimos mayor importancia.

En la mesa de al lado dos jóvenes francesas disfrutaban de su cena cuando se quedaron a medias y aprovechamos para que una de ellas que hablaba español nos “ilustrara” sobre comidas, bebidas, horarios, etc., ahora con el Ramadán, etc.

Pedimos unas “pastillas” y un tajin. Del segundo nos cansaríamos a lo largo de nuestra estancia ya que había poca variación (plato de pollo o ternera cocinado de distintas formas, siempre con salsas) pero no de las pastillas que nos resultaron deliciosas y que no volvimos a probar hasta que no regresamos de nuestra escapada al desierto. De postre pedimos algo innombrable, unas láminas finas y crujientes con chocolate, para nada empalagoso y deliciosas. De beber, agua y copie una bebida de la francesa que tenía junto a nuestra mesa, una especie de jugo de menta que toleré aunque no me gustó mucho. Mientras cenábamos volvieron a convocar al rezo así que al fondo resonaban los almohades  de las dos mezquitas más cercanas llamando a la oración. Singular espectáculo.

Y de regreso al Riad, atravesando nuevamente la animada plaza de Jamaa el Fna donde a los puestos de frutas se habían sumado los de los más diversos objetos así como los restaurantes que llenaban un lado de ella y que ofrecían sus menús a los turistas que por allí pasábamos. Y…mejor no mirarles ni responderles lo que  se hace de forma automática y entonces, estás perdido porque cualquier excusa es aprovechada para iniciar alguna conversación e intentar captarte para lo que sea, así que yo decidí mirar al suelo y mover la cabeza de forma negativa sin abrir la boca.

Para terminar nuestra primera toma de contacto, enfilamos el estrecho callejón que nos conducía hasta el riad donde descansamos hasta las 8 de la mañana del día siguiente. A eso de las 3 de la mañana oí entre sueños las voces de los que luego comprobamos que debían ser los vecinos de la habitación contigua.

Descubriendo la ciudad roja. Sábado 11 de mayo.

El desayuno lo servían a las 8,30, a nuestro gusto un poco tarde, sobre todo sabiendo que las temperaturas hoy podrían llegar a los 38 ºC. Pero en realidad tampoco teníamos prisa ya que el “free tour” contratado no comenzaba hasta las 9,30, también muy tarde aunque antes teníamos que pasarnos por el famoso hotel Ali a cambiar moneda.

El joven que servía los desayunos era un poco lento y terminamos más bien tarde. Fue de bollería, pero cantidad suficiente. Al poco se sumaron las dos parejas españolas, una de ellas la que ocupaba la habitación de al lado. Y cómo no, nos enteramos de todos sus planes para el día e incluso el verano. En fin, parece que no cambiamos. Angel y yo comentamos que nosotros debíamos de ser un poco raros, porque si bien se ve a gente joven viajando solos en pareja, la gente de nuestra edad lo hace como mínimo con otra pareja más. Nosotros siempre en solitario.

Después de desayunar nos preparamos para afrontar una dura mañana ya que el tour duraba cuatro horas. Así que nos dirigimos hacia la Koutibia buscando antes el hotel Ali, que según los planos, lo teníamos de camino.

Salimos de nuestro callejón, lleno de gatos  de todos los tamaños y condiciones, que no se asustaban de nada, para tomar la calleja que nos dejó en una Jamaa el Fna algo desconocida y cambiada. Ahora había mucho taxi y vans preparadas para transportar turistas suponemos que para excursiones. Aunque tuvimos dificultades para orientarnos, conseguimos encontrar el hotel y pudimos comprobar que el cambio estaba exactamente igual que en un puesto en la Jamaa el Fna junto a los restaurantes que vimos ayer.

Nos dirigimos al lugar de encuentro a donde llegamos según lo solicitado, unos diez minutos antes. Ya había reunido un nutrido grupo de personas. Y la gracia del lugar: a Angel le preguntaron si yo era su mujer y después que cuántos dromedarios quería por mi. ¡qué bromista!.

A la hora convenida nos comenzaron a dividir. Dos grupos de unas 20 personas. A mi juicio, grandes, pero bueno, consideré que era una manera de contactar con la ciudad que a mi me parecía complicada por muchas circunstancias.




Comenzó por contarnos algo del minarete de la mezquita de la Kutubia que con sus 70 metros de altura, era visible a varios kilómetros de la ciudad. Está prohibido construir cualquier tipo de edificación que sea más alta.  La mezquita original es del  siglo X de la dinastía de los almorávides pero ha sido modificada.  El minarete que es lo más llamativo, fue agregado más tarde. Es de forma cuadrangular  y con decoración diferente en cada cara combinando adornos de flores, pinturas, bandas de azulejos y arcadas aunque con el paso del tiempo ha ido perdiendo parte de esta decoración quedando solo una banda de azulejos verdes en la parte superior y fue  agregado más tarde. Su nombre se refiere a “libro” (kutub quiere decir libro) debido a los mercaderes de manuscritos y libreros que se instalaron alrededor de ella. Tiene seis pisos comunicados con rampas para el acceso del almohade que lo hacía antiguamente a caballo, igual que la giralda de Sevilla a la que sirvió de modelo. Observamos una especie de “horca” en la parte más superior y nos dice que es lo que marca la dirección a La Meca. Durante nuestro viaje al desierto Moha, nuestro guia, nos diría que también se señalaba con una luna cuyo espacio interior señala la dirección.

Después de esta breve introducción seguimos a nuestro guía introduciéndonos por laberínticas callejuelas andando, bueno, más bien trotando a través de la medina sorteando motos, bicicletas, burros y gente, para encontrarnos de pronto en el apasionante zoco de los artesanos, donde en los minúsculos puestos su propietario trabajaba el cuero, la madera o el metal, entre otros, exponiendo fuera sus productos a la venta. Fascinantes los colores, las luces, las formas….todo contribuía a crear un escenario casi onírico,  casi irreal y muy atractivo. 


Pero íbamos demasiado deprisa y únicamente pude echar un rápido vistazo prometiéndome volver para perderme con tranquilidad por este sitio tan peculiar. Así que le pregunté cómo se llegaba y nos indicó a todos como hacerlo. Para él era muy fácil. “Frente al Café de France, continuar la calle y se llega a una plazoleta a donde desembocan las distintas callejuelas, cada una con unos artesanos distintos”.






De la mano de nuestro guía fuimos conociendo algo de su cultura, de sus costumbres, de sus ritos. Así nos explicó que el símbolo de la mano de Fátima es de protección y por eso está en la puerta de muchas casas. Fátima, la mujer del profeta Mahoma, al abrazar a sus hijos les fue dejando su mano marcada en la espalda y  esto les protegió.




También nos contó que  las puertas de acceso a las viviendas están compuestas  realmente dos, con dos aldabas distintas. Si el que visita es de la familia o de confianza, tocara la aldaba correspondiente a la puerta pequeña, generalmente la inferior, pero si es una visita de cortesía, se llamará con la aldaba de la puerta grande ya que la hospitalidad es algo imprescindible en la cultura árabe. Desde dentro de la casa se distingue el sonido correspondiente a cada aldaba y por tanto, saben si el visitante es de la familia o ajena a ella.

En algún momento nos encontramos casi atrapados en callejones por los que intentaba caminar un burro que tiraba de un carro lleno de escombros y que tuvo dificultad al pasar por las curvas. Pegados a las paredes nuestro guía nos comentó que la mayor dificultad de una obra en la medina era introducir el material y sacar los escombros por estas calles tan estrechas.



Y los burritos que vimos a lo largo de nuestro viaje, que fueron muchos, me despertaban una gran ternura y tristeza. Pequeñitos, iban cargados hasta arriba y los veía pasar tirando de todo tipo de trastos, con su cabeza agachada, resignados con su dura suerte. Siempre me han gustado estos animalitos tan sufridos y laboriosos condenados a una existencia que consiste en acarrear pesos, y con el paso de los años, mucho más. Y no puedo evitar pensar en su triste final, que será como el que tenían en nuestra España de hace 40 años.



Nos detuvimos frente a hermosas puertas, o ventanas, o arcos. Nos explicó la tradición de los  baños árabes, de los cuales encontramos tres en nuestro camino de distintos precios. Divididos por sexos, suelen dedicar una tarde a la semana a ir a ellos siendo un lugar de encuentro y relación social.

Después entramos el palacio Dar Si Saïd. Según él para visitar el Bahía había que estar más pronto ya que se llenaba de turistas. En cuanto a las tumbas Sadiis nos dijo que había que estar a primera hora para evitar largas colas de espera y al sol.
El palacio Dar Si Saïd, que en realidad es un museo y por tanto no teníamos prevista su visita, resultó un lugar pequeño, recogido y muy hermoso. Con poca afluencia de público, su visita resultó muy agradable ya que más que lo que expone, lo que resalta es su arquitectura y decoración, desde sus muy decoradas puertas de madera de cedro, hasta la placidez de su jardín central con su abundante vegetación, pasando por las decoraciones en estuco.




Allí nos explicó las características principales de las construcciones árabes: la parte de abajo hecha con azulejos, a la que le sigue las labores de estuco, cuanto más profundas, mejores, y la parte superior de madera de cedro del Atlas que resulta fácil de trabajar.









Desde aquí nos llevaron a una cooperativa de mujeres que vendían productos naturales. Allí nos entretuvieron un rato con té y pastas y vendiéndonos lo que elaboraban como si fuera una subasta. Explicaban inicialmente sus beneficios y precio para después preguntar quién lo quería. Yo, afectada de una contractura fuerte en las lumbares que debió de producirse por una mala postura mantenida durante el tiempo que estuvimos esperando en el aeropuerto, pedí un aceite de argal para ella que me estuve dando a la par que tomando ibuprofeno, lo que me permitió sobre todo recuperar la verticalidad con cierta dignidad.

Y desde aquí nos adentramos en el Mellah o barrio judío  creado en el siglo XVI y en el que se instalaron los judíos expulsados de España y donde la característica principal de sus edificios son los balcones al exterior. Los árabes construyen hacia el “interior”, mientras que en las viviendas judías observamos estos balcones. Pregunté a nuestro guía si el cementerio judío merecía ser visitado y nos dijo que a su juicio no. Comprobaríamos después que no visitarlo habría sido un error. 

Dejamos atrás el palacio Bahía y después las tumbas Sadiis para salir de la Medina por una de las puertas de la muralla y dirigirnos a la Kutubia, donde habíamos empezado.


El calor era fuerte, y  estábamos ya cansados. Aunque el precio es libre, habíamos leído que lo razonable son unos cinco euros por persona. Así que le  dimos unos 10 euros y nos despedimos de él.

Nos recomendó un restaurante de precio “medio” que estaba justo donde habíamos formado los grupos al inicio y que tenía aire acondicionado. Allí tomamos una ensalada y un segundo plato en un ambiente ruidoso al estar ocupado en su mayoría por españoles, muy distinto a donde cenamos la noche anterior.  Recuerdo especialmente la mesa de al lado con tres personas que disfrutaban de una pizza –personalmente no comprendo que se pidan pizzas cuando el país disfruta de una buena cocina, pero para gustos, los colores-  y también más extraño aún en un país musulmán, que pidieran la carta de vinos para disfrutar de su segunda botella.
Abandonamos el restaurante  para acercarnos a las tumbas Sadiis. Un calor asfixiante, mucho sol, tráfico, el camino me resultó pesado y lo peor es que al llegar pudimos comprobar que estaban cerradas. El Ramadán había modificado el horario de apertura y en vez de cerrar a las 17 horas lo había hecho a las 15. Decidimos regresar al Riad a descansar un poco pero por donde habíamos ido con el guía. Unos días después nos daríamos cuenta de que dimos una vuelta innecesaria y más atún a las 15 o 16 horas con un sol de justicia.


Después de descansar un rato en el Riad,  salimos intentando encontrar el zoco de los artesanos, lo que resultó prácticamente imposible. Luego comprobamos que no seguimos las indicaciones que nos dio el guía. Nos orientamos mal y nos perdimos en ese dédalo laberíntico de calles que es la medina y nos dieron las 18,30, la “hora bruja”. Nos sorprendieron unas callejuelas estrechas por las que no dejaba de transitar gente y gente que parecía muy acelerada, y motos muy deprisa con bolsas de plástico llenas de alimentos y bicicletas, y todo tipo de vehículos que pudieran caber como un curioso camión que en su pequeño volquete iba recogiendo las cáscaras de las naranjas utilizadas para hacer zumo. El olor a gasolina impregnaba el ambiente y las motos y bicicletas pasaban rozándonos. Nos resultó peligroso. Observamos alguna pelea e incómodos regresamos sobre nuestros pasos, desolados por no haber sido capaces de encontrar el zoco y ahora sí que en el café de France encontramos una mesa desde la que disfrutamos de un zumo de naranja y una hermosas vistas del atardecer sobre la Jamaa el Fna, eso sí, con el ruido de fondo de los “aspersores” de agua vaporizada. Desde aquí fuimos espectadores de lujo de la vida que se desarrollaba abajo, en la plaza: gente yendo y viniendo, con prisas, y también una  pelea que si bien intensa, breve que terminó con besos. De pronto, un  poco antes de terminar el día de ayuno, las calles casi quedaron desiertas, incluidos los puestos, que fueron abandonados  y la gente fue engullida por la mezquita que daba a esta plaza.

Unos minutos después todo volvió a la normalidad y la mezquita escupió a sus fieles y todo pasó. Comprendimos que una hora antes de terminar el ayuno, deberíamos escondernos hasta que los ánimos se calmaran.

Ahora ya solo nos quedaba acercarnos a las 21 horas a la explanada de la Koutubia, donde se congregarían miles de fieles a rezar y para allá fuimos una media hora antes. Encontramos ya la zona con el tráfico cortado y policía dirigiendo fieles y gente. Mujeres separadas de hombres. A nosotros nos mantuvieron al otro lado de unas vallas metálicas observando el curioso ir ajetreado de la gente que tomaba posiciones.

A la hora marcada el almohade hace una primera llamada para unos minutos después comenzar una curiosa “coreografía” en la que todos se inclinan, se levantan, se agachan a la vez. Y no deja de llegar gente al rezo, y todos caben y no importa si llegan quince minutos tarde o más.

Una media hora después, allí seguían pero nosotros decidimos irnos y regresar al Riad. Allí encontramos a su dueño, un joven marroquí, formado en la Autónoma de Madrid y que hablaba seis idiomas  y cuya infancia en los periodos estivales  había transcurrido en los distintos destinos que su padre como diplomático había tenido en varios países, entre ellos, varios sudamericanos. Su manejo del español era muy bueno, aunque según él, el inglés era mejor, pero comprobamos que en italiano no se quedaba atrás. Mucha envidia, eso fue lo que me dio. Gran conversador, comunicativo y extrovertido, hizo que nuestra estancia fuera mucho más agradable.

Y después de hacernos unos pequeños bocadillos con el pan que habíamos comprado en uno de los puestos de la calle y el lomo que llevamos desde Madrid, nos fuimos a dormir. Mañana nos recogería Moha a las 8,30 para iniciar nuestro recorrido hacia el desierto del Sahara.

Hacia los dorados y ocres. Domingo 12 de junio

A las 8,15, como habíamos solicitado, una joven nos sirvió un delicioso desayuno con tortitas, zumo y café. Cinco minutos antes de la hora acordada Moha me enviaba un whatsap para decirme que estaba en la puerta. Nos saludamos y marchó ya que tenía el coche aparcado en la plaza y le preocupaba la policía.

Salimos prácticamente detrás de él. Allí nos esperaba su Toyota 4x4 y partimos inicialmente poniendo rumbo al Sur, hacia Ouarzazate.

Al principio el verde de los campos y el olor a aceite de las almazaras cercanas a la ciudad de Marrakech nos acompañó un buen trecho. Pero poco a poco nos comenzamos a acercar al Atlas, cuyas cimas se dibujaban a lo lejos. Si bien el paisaje no había perdido cierto tono verde, ahora éste se hizo más presente, más intenso y muy montañoso. Las cimas se sucedían y no nos parecía que contempláramos un paisaje marroquí. Esperaba el desierto, desolación, los tonos marrones, ocres, rojizos y lo que teníamos ante nuestros ojos era un paisaje escarpado, verde y montañoso. Tan solo el ocre de los pueblos de barro nos indicaba que no se trataba de un paisaje europeo.

La carretera desaparecía por tramos. Estaba en obras. Según Moha pretendían hacer 3 carriles así que en algunos momentos estamos parados y en otros circulábamos por grava mientras que la maquinaria trabaja. La temperatura había descendido, lo que se agradecía y continuamos nuestro camino atravesando el atlas hasta que en un momento determinado nos desviamos de lo parecía la carretera principal. Seguimos por una secundaria pero en un buen estado hasta que llegamos a Telouet y descubrimos la silueta algo ruinosa de la  kasbah Glaoui.

Yo le había enviado a Moha un documento en el que tenía anotados algunos lugares más a visitar, a parte de los propuestos por él y que aparecen en todos los circuitos. Si al principio comentó que posiblemente no daría tiempo, luego dijo que se intentaría. Esta era mi primera petición.

Nos llevó a los pies de la misma Kasbah, a un pequeño aparcamiento con escasos vehículos y dejándonos a la entrada. 30 dhm (3 euros) y si queríamos quía a parte. Él se quedó a la sombra.
Nosotros rechazamos el guía, e hicimos bien ya que nos cruzamos con un grupo en español y lo que el guía decía no parecía muy destacable. Comprobaríamos a lo largo del viaje que los conocimientos de los llamados “guías” eran bastante limitados o mejor expresado, “muy generales” o demasiado generales.

Las Kasbah serían las equivalentes a nuestros castillos o fortalezas. Entramos en el recinto y nos movemos entre sus paredes de barro casi rojo bastante deterioradas. Nos adentramos por sus galerías y fuimos atravesando estancias hasta llegar a lo que debieron ser en su día los dormitorios.

Y se hizo la maravilla. El corazón casi da un vuelvo sorprendido por lo que descubrimos: el lujo de lo que en su día debió de ser un hermoso palacio cuyo estado actual de conservación era bastante deficiente.  Cámaras ricamente adornadas con azulejos en su parte inferior, luego  el estuco de considerable profundidad para terminar rematados con las maderas nobles de  cedro del atlas.

Estamos a 136 km de Marrakech y a más de 1500 metros de altitud en la antigua capital del país Glaua y este es el antiguo palacio de los Glaoui, señores del Atlas y Pacha de Marrakech hasta la independencia de Marruecos. Fue construido en el XVIII –aunque durante el XIX se hicieron ampliaciones- para poder controlar el paso de las caravanas que cruzaban desde el Africa negra por el valle del Draa hasta Marrakech. Su enfrentamiento con el sultán hizo que fueran despojados de sus posesiones y este palacio abandonado en la segunda mitad del siglo pasado.
Estas cámaras centrales nos atrapan. La luz de sol se cuela  por la techumbre cubierta por láminas traslucidas iluminando las estancias. Y nuestros ojos ascienden y descienden desde los suelos por los azulejos y los estucos hasta los maravillosos techos. Recorren los rincones tratando de atrapar tanta belleza. Un ventana cerrada con una hermosa reja abierta en su parte central nos deja admirar el paisaje que parece colarse por ella dominado por el color verde enmarcado por el ocre de las tierras que lo rodean. Y hasta ahora puedo decir que es lo más hermoso que hemos visto. Hay gente, pero muy poca, y todos deambulamos atrapados por la magia del lugar.

Abandonamos esta zona para ascender hasta arriba, a las terrazas desde las que contemplamos con cierta tristeza el estado  de los muros exteriores y el paisaje que rodea esta Kasbah. Descendemos y nos reunimos con Moha para continuar nuestro camino hacia Ouarzazate.






 La carretera desciende paralela al río y se abre paso entre aldeas cuyas viviendas se confunden con el color del paisaje. Al fondo el verdor que origina el agua que desciende de las montañas, palmeras y cultivos de cereal y frutales,  y por su tamaño, parece para consumo propio, unos metros hacia arriba, por las laderas, el color dorado y rojo de las áridas tierras y las viviendas, cuadradas, con tejados completamente planos. Parecen cubos de un juego de arquitectura infantil. Todas homogéneas, con la misma forma y color, fundidas en el paisaje. 


Preguntamos a Moha cómo están construidas y nos dice que con adobe, de barro y paja. El techo es de caña y encima barro con un plástico que ponen en la parte superior y otra capa de barro. En algunas observamos tubos que salen del tejado y que deben evacuar el agua en caso de que llueva mucho y se acumule en el plástico.







Y llegamos a la Kasbab Ait Ben Haddou,  declarada Patrimonio de la Humanidad   un lugar literalmente de película que ha servido de escenario a grandes films como Lawrence de Arabia o Gladiator. Aún pueden verse en este lugar las ruinas del alcázar más impresionante del Alto Atlas.

Moha nos deja al borde de la carretera dándonos una hora para la visita e indicándonos el camino para llegar a la kasbab, por el que no dejan de ir y venir turistas a los que seguimos. Descendemos por un polvoriento camino hasta llegar al  ancho cauce de una rambla y frente a nosotros aparece la majestuosa  silueta de esta kasbab de ensueño recortándose en el horizonte con su color café sobresaliendo sobre las copas verdes de las palmeras. Parece sacada de un cuento de las mil y una noches pero la vemos no de frente sino desde uno de sus lados y quizás su visión más hermosa se tenga frente a ella. Pero el puente sobre la rambla que da acceso está aquí aunque observamos algún grupo atravesando por el seco cauce y seguro que tienen esta mágica visión justo frente a ellos, como recuerdo alguna fotografía. Pero hace mucho calor y son cerca de las 14 horas, así que ni siquiera nos planteamos movernos, también por el tiempo que Mohá nos ha dado.

Pasamos el largo puente y nos internamos por sus callejones. Mucho puesto vendiendo cosas, y mucha gente que va y viene con hordas de chinos incluidos que están siempre omnipresentes en cualquier fotografía que se quiera tomar. Pero lo peor sin duda, es la gente yendo y viniendo, subiendo y bajando ya que con sus ropas ponen una nota de colorines móviles en un paisaje donde reina el ocre. Si además añadimos los distintos objetos colgados de las fachadas o expuestos en las puertas, el encanto parece disolverse, aunque luego, cuando desde arriba se contemplan los edificios, sus muros, sus callejuelas, las casas donde reina el ocre y desprovistas de estos colores, se vuelve a recuperar la magia, aunque solo sea instantánea. Es como si se viajara en el tiempo durante segundos, en un ir y venir del pasado al presente.

Ascendemos y caminamos por sus calles admirando de cerca su construcción, la paja asomándose entre el barro, los dibujos en sus fachadas, la geometría cuadrada de sus torres y edificios,…Pero, hemos de regresar para respetar la hora acordada. Y en un momento determinado desaparece la gente. Momento mágico. Al salir charlamos con un español dueño de uno de los puestos que parecía completamente sumergido en el país y además, encantado en él..




Deshicimos nuestro camino para encontrarnos con Moha quien nos llevó a un restaurante que servía comidas ya que no teníamos que olvidar que estábamos en pleno mes del Ramadán y por tanto, a los practicantes no les está permitido tomar ni bebida ni comida, ni fumar desde 2 horas antes del amanecer hasta la puesta de sol. 





















Con este calor lo más duro era no ingerir agua y nosotros, conscientes de ello, nos escondemos en sitios discretos donde ellos no nos vean beber pese a que nos digan que están acostumbrados y que no pasa nada, aunque solo sea por respeto a las costumbre de las gentes de un país que nos acoge tan hospitalariamente.

Moha nos da unas breves indicaciones sobre la comida y se retira a descansar. Nosotros disfrutamos de unas ensaladas  que con este calor es prácticamente lo único que apetece y luego más tajin que tenemos que soplar. Y agua, mucha agua.

Interrumpimos el descanso de Moha y continuamos ahora nuestro camino hasta Ouarzazate. Allí paramos para tener una vista panorámica de los estudios de grabación de cine y desde lejos vemos alguno de los escenarios recreados.


Nos introducimos en el ahora palmeral de Skoura mandado formar por un sultán almohade. Con cerca de  700.000 palmeras es un oasis de verdor  que se extiende más allá de lo que nuestra vista abarca. Aquí se da una gran concentración de Kasbahs, del orden del centenar, muchas de las cuales han sido reconvertidas en hoteles, lo que está permitiendo su supervivencia.En nuestro recorrido nos vamos topando con alguna de ellas. La primera es la de Taourir en la misma carretera de la que tomamos fotografías sin pasar a su interior. 









Después dejamos atrás la de Ben Moro, también junto a la carretera, la mitad convertida en hotel, para adentrarnos por un camino  que nos condujo hasta la de Amridil. 

Esta Kashbah se encuentra dividida en tres partes independientes: un hotel, un museo y una parte del edificio militar. La silueta de esta Kasbah salía en los billetes de 50 dirhams detrás de la imagen de Hassan II. Pero la situación del sol y su tono oscuro no me permite tomar buenas fotografías de ella.







Después nos sumergimos en el verdor del valle de las rosas, de la variedad damascena, más conocida como rosa de damasco. Esta zona es considerada como una gran productora de esta variedad, resistente a las altas y bajas temperaturas y utilizada para elaborar productos muy apreciados en cosmética y alimentación.  

La extensión de los cultivos de rosas llega a unos 30 kilómetros. Es típico que las mujeres de la zona recojan una a una estas flores desde el mes de Mayo, fabricando infinidad de productos naturales.
Y la visión de estos rosales que separan cultivos, me retrotrae a mi infancia, al patio de la casa de mi abuelo, en Avila en el que una pared de piedra estaba casi tapizada por estos rosales que daban unas pequeñas rosas rosas, no muy vistosas pero con un delicioso olor. Esos rosales continúan existiendo aún en el patio, y algun “hijo” de ellos tengo en el jardín de casa.


Seguimos nuestro camino para internarnos ya en el valle del Dadés uno de esos regalos que la geología ha dejado en el sur de Marruecos. 



 La variedad paisajística  se abre apareciendo gargantas y cañones kársticos, rocas con formas imposibles y un tono rojizo que choca con el blanco de los picos del Gran Atlas y según vamos ascendiendo a la altura de Tamellalt, aparecen unas curiosas formaciones rocosas en una pared rojiza  de formas redondeadas denominadas popularmente “el cerebro del atlas” por su similitud o los “dedos de mono”, ya que muchas terminaciones se asemejan a dedos. Jamás habíamos contemplado algo así y sorprendidos no dejamos de mirar estas caprichosas formas.

Curiosos, nos detenemos a contemplarlas frente a nosotros y en otro lugar donde Angel puede tocarlas, nos paramos para que haga sus comprobaciones. Está casi seguro de que se trata de areniscas erosionadas por el agua, lo que confirma cuando en el hotel podemos conectarnos a wifi y consultar san google.

Ascendemos un poco más hasta llegar a nuestro hotel, situado en una hermosa e impresionante garganta estrecha y cerrada. Está junto a la carretera y la roca forma parte de él. De frente, unas paredes verticales doradas que se elevan llenando todo el horizonte. Es un lugar muy agradable y acogedor. La habitación es estupenda y tiene un bonito balcón que se abre a estas doradas paredes verticales y desde el que escuchamos el incesante croar de cientos de ranas que deben de habitar en el río que discurre por esta garganta .

Nos damos una ducha, salimos a comprar agua (ingerimos litros y litros) y luego bajamos la cenar. 

Estupenda cena, deliciosa con  bonitos detalles de presentación. El comedor prácticamente lleno, pero muy agradable. Después, una vez retirados en la habitación comencé a escuchar música y como nunca puedo resistirme a ella me asomé al balcón para comprobar que un grupo de jóvenes tocaba instrumentos típicos, principalmente de percusión, en la terraza inferior donde estaba el restaurante.

Angel decidió quedarse, pero yo no sumándome al grupo de turistas que disfrutábamos de la alegría de este joven grupo, en especial de uno de ellos que era unas auténticas castañuelas. Un grupo de italianos celebraba el cumpleaños de uno de sus miembros así que nos invitaron a un trozo de tarta de limón a todos los allí presentes. Casi cuando la música terminó, regresé a la habitación para descansar apaciblemente hasta la mañana siguiente en que Moha nos recogería a las 9 ya que teníamos tiempo suficiente para llegar a nuestro destino: el desierto. Y esta noche dormimos sin aire acondicionado.

Por un cuento de las 1001 noches.  Lunes 13 de mayo.

Tomamos un suculento y delicioso desayuno y puntual Mohá nos recoge para ascender por la tortuosa carretera que nos lleva a la parte superior de esta garganta del Dades. Desde allí arriba observamos sus vertiginosas curvas ascendiendo entre los muros de piedra y regresamos para poner rumbo al desfiladero de  Todra.








La carretera aparece ahora salpicada por ruinas de kasbahs, oasis verdes y pueblos terrosos típicos, creando un paraíso para cualquier fotógrafo por los fuertes contrastes de colores, que van del  intenso verde de los palmerales, al rojo  de montañas para terminar en el dorado o blanquecino de las áridas y desérticas tierras. Moha se detiene para para que podamos disfrutar de paisajes únicos donde entre estos colores y tonos destacan las formas cúbicas  de las viviendas como si de un juego de arquitectura se tratara.  



Y llegamos al  desfiladero de Todra. A ambos lados de la carretera se yerguen  enormes paredes de roca  vertical elevándose hasta llegar a los 300 metros de altura.  Mohá nos deja casi a la entrada y caminamos por la carretera hasta ser engullidos por ellas, paralelos a las cristalinas aguas de un río. Junto a ellas, una mujer, posiblemente nómada, abreva ganado y recoge forraje.








Vimos un grupo nómada por la carretera. Compuesto, según Moha, por una familia y varios animales con los que viajan. Cuando llegan a un sitio de pastos, ponen sus jaimas y están hasta que los pastos se acaban. Si piensan volver, dejarán su jaima allí, y si no, la levantarán y se moverán a otro lugar. Le preguntamos  si los niños de estos grupos, de los que nos confirma que hay varios, están escolarizados y nos dice que no. Ante esta afirmación pensamos y verbalizamos que es una forma de condenar a sus hijos a esta misma vida errante. No podrán elegir otra cosa. Posteriormente en una conversación con el dueño del Riad de Marrakech, nos dice que hay programas que disponen de voluntarios que viajan con estos grupos para escolarizar a los niños.

Continuamos nuestro camino haciendo una parada extra a comprar un pañuelo para hacerme un turbante. Y lo menciono porque sería una de las cosas más útiles que llevaría al desierto comprobando su utilidad.  Y del color del grupo de nuestro guía, azul intenso. En la misma tienda me hicieron el turbante, aunque yo, después de deshacerse alguna que otra vez, aprendí a hacerlo, lo cual, también me resultó muy útil.

Paramos a comer en un restaurante de carretera. Puedo observar de nuevo que exceptuando ensaladas de tomate con pepinos, carecen, al menos en los sitios donde nos alojamos o comimos, de otros platos fríos para combatir estos calores. Echaba de menos nuestra gran variedad de ensaladas, el salmorejo o un simple gazpacho. Pero en general la comida es buena, aunque abunda la caliente y de cuchara, y con casi 40 grados no apetecía mucho. Mención especial el pan y la fruta. Estupendos.

Y relacionado con la fruta comentar que durante nuestro viaje, tanto de ida como de vuelta a Merzouga, vemos muchos camiones cargados con enormes sandias. Vimos un par de accidentes que no parecían haber tenido mayores consecuencias que la pérdida de la carga que estaba desparramada por la cuneta, pero también observamos como los conductores portaban una enorme sandía de la que hacían entrega al policía de turno. Y ligado a esto comentar que si bien no vimos policía en la ciudad de Marrakech, -luego nos dirían que hay muchos pero camuflados- sí pudimos observar bastantes por las carreteras en  controles, y hoy nos tocaría parar en uno. A Moha le pidieron bastante documentación, incluso el extintor. Después de retenernos cinco minutos, nos dejaron partir.

Y después de esto continuamos nuestro camino hacia Erfou. Al atravesar algunos pueblos observé que en algunos edificios aparecía  junto a la inscripción en árabe otra en caracteres similares al cirílico griego. Mohá nos dijo que era una lengua bereber.

Las lenguas bereberes habladas mayoritariamente en Marruecos son tres.  Existe un alfabeto autóctono exclusivo, el tifinagh  que se perdió en casi todos los territorios berberófonos y que fue mantenido únicamente por los tuareg  para transcribir su idioma y que   ha sido revivido en época reciente por instituciones y movimientos culturales berberistas.




Dejamos atrás esta localidad para continuar hacia el oeste circulando por una inmensa y  desértica llanura. Vimos algunos dromedarios en medio de la más absoluta desolación y después comenzamos a contemplar una especie de extraños montículos similares a cráteres, algunos de considerable altura desperdigamos aquí y allá y conformando un extraño paisaje. 

Eran las  primeras "fogaras” o canales de agua. Tradicionalmente las conducciones de agua en el desierto han sido subterráneas para evitar la evaporación y bajar su temperatura. Para excavar las galerías subterráneas, se abrían pozos cada poco metros, acumulando la tierra extraída alrededor de los mismos por lo que adoptaban forma de cráter, lo que al mismo tiempo protegía el pozo, en la medida de lo posible, de la entrada de arena.- Estos pozos permitían también el mantenimiento de las conducciones, ya que los derrumbes en la galería eran muy frecuentes, y facilitaban un acceso rápido a la zona.  Nos asomamos a una de ellas, estrecha y profunda.


Ya en Erfou Mohá nos llevó a visitar un taller de artesanía en piedra. Allí llevan bloques sacados de los yacimientos y los tallan, esculpen, pulen, etc., formando los objetos más inverosímiles (desde tazas a mesas pasando por lavabos, fuentes…). Y son realmente impresionantes el tamaño de las planchas con las que trabajan y los fósiles contenidos en ellas. Una auténtica maravilla digna de los mejores museos. Así contemplamos una gran variedad de  nautiloides, ammonites, crinoideos, orthoceras, trilobites etc., así como dientes (de tiburón) y otros fósiles. Los Orthoceras y Goniatite son los más abundantes. Es también una región de minerales, destacando la Galena, las Geodas o la rosa del desierto, aunque estas últimas proceden de Argelia.

Después de explicarnos un poco el proceso de elaboración entramos en la tienda pero los precios nos parecieron elevados, prácticamente similares a los que podemos encontrar en Europa, así que como tenemos ya más de los que necesitamos, decidimos no comprar nada.

Y Mohá cumplió otro de nuestros deseos: recoger fósiles. Así que nos llevó a un desolado paraje y después de recoger para nosotros algún que otro pequeño fósil,  descansó protegiéndose del sol bajo la sombra que proyectaba el coche mientras que nosotros rebuscábamos.  Y allí pasamos un rato agradable buscando piezas  de pequeño tamaño que pudieran caber en nuestro exiguo equipaje (regresábamos con Ryanair). Cuando nos cansamos iniciamos la marcha hacia nuestro destino de hoy: las arenas del desierto Erg Chebi, en Merzouga.

Mientras que recorríamos esta gran llanura sin fin observamos como unos nubarrones grises cubrían una gran parte del horizonte. No sabíamos si sería lluvia o una tormenta de arena. Moha dijo que mejor que fuera lluvia porque pasaba rápido. No parece ser que sea así con las de arena.

Y según nos acercábamos y este nubarrón enorme gris cubría este horizonte descendiendo hasta la tierra sin parecer disolverse, intentaba resignarme con mi suerte. Era posible que no pudiéramos ver la puesta de sol sobre las dunas e incluso, no dormir en medio de ellas.

En poco tiempo llegamos a Hassillabied, donde Moha tiene su casa y desde donde nosotros nos internaríamos en las dunas para hacer noche en medio de ellas.

Y llegado aquí conviene que dedique unas líneas a contar y reflexionar sobre esto.

El Erg Chebbi es el más grande de Marruecos, con cerca de 30 kilómetros de longitud y 8 de anchura.  Al parecer, esto es lo que nos venden pero hay quienes dicen que la realidad es bastante diferente y que únicamente aquellos que gocemos de un buen grado de ingenuidad, entre los que me incluyo yo, disfrutaremos de la visita.  Y es que dicen que para ser desierto, no está nada “desierto”. Así Merzouga ha pasado en los últimos años de vivir de la agricultura  a ser un nido de cazaturistas, y en las faldas del erg, sobre todo en su vertiente occidental y septentrional, los albergues se cuentan por decenas, habiendo pasado en poco más de 20 años, de 3 ó 4 destartalados cafetines , en los que se podía dormir, a alrededor de 40 establecimientos.

Es cierto que lo venden como un pozo de tranquilidad pero ya me habían avisado de lo que podría encontrar: muchos campamentos con una gran  variedad de ofertas, desde los más sencillos sin duchas y con baño compartido, hasta los más sofisticados con ducha individual incluida. Jaimas cuya única diferencia con una habitación de un hotel radicaba en que las paredes eran de tela pero todo lo demás igual: camas, cómodos colchones, sábanas, mantas, mesillas, alfombras….Así la zona parecía haberse convertido en un lugar donde los autocares descargaban  turistas ávidos de “emociones fuertes” circulando con los quads levantando polvo y saltando entre las dunas o en 4x4, llenando todo de ruido e impregnando el ambiente de olor a gasolina. Otros saltando por las dunas, o rodando por ellas haciendo la “croqueta”, o practicando Sandboard. Vamos una especie de circo a varias pistas.

Y yo, quería evitar esto en la medida de lo posible por eso mi búsqueda desde casa se había centrado en encontrar un campamento lo más alejado posible de cualquier núcleo de población y de otros campamentos y lo más pequeño también. Lo demás me parecía secundario. Y creí haberlo encontrado, según la información que me dio Moha.

Pero un par de meses antes empiezan a correr rumores de que han cerrado todos los campamentos situados en las dunas y a un mes de nuestro viaje Moha nos informa de que el nuestro, al igual que todos, se ha trasladado al borde de ellas. Así nuestra incursión y pernocta quedaría reducida a un paseo en dromedario hasta las dunas para ver la puesta de sol y luego regreso para dormir en el campamento que ya no estaba en medio de las dunas, sino al borde. Yo me sentí muy decepcionada ya que consideraba que eso era como colocar una tienda de campaña en el patio de casa. Pero ante la decepción mostrada, Moha me ofreció otra posibilidad:  internarnos en las dunas y montar y desmontar  unas tiendas  de decathlon sobre la marcha. Me pareció estupendo y únicamente le puse la condición de dormir sobre blando, colchoneta de aire o similar ya que si bien cuando éramos ….”más” jóvenes habíamos viajado mucho en tienda de campaña y dormido prácticamente sobre el suelo, ahora nuestros huesitos no estarían para esto mismo. Pero me dijo que no sabía mucho más. Unos días después me pasó algunas fotografías  que poca información más contenían y le dimos nuestro visto bueno.

Dentro de lo artificial, me parecía mejor que una jaima “completamente amueblada” y con todas las comodidades. Realmente solo quería disfrutar de la paz y el silencio del desierto y de la maravillosa cúpula de estrellas que se puede observar en una noche estrellada.

Así que allí nos dirigimos, a compartir esa noche con cuatro chinas.

¿chinas?!. Pero ya me aclararon: son chinas que no viajaban en grupo, por lo que serían distintas al típico turista chino que lo hacía en grandes grupos.

Así que Moha nos dejó en una casita de Hasillabied donde dejamos nuestro equipaje, nos cambiamos y tomamos lo necesario para pasar la noche. Como hacía ya viento, me aconsejaron quitarme las lentillas antes de irme. Y en buena hora que lo hice. En cuanto estuvimos preparados, partimos caminando hacia las afueras donde se encontraban ya preparados los dromedarios. Uno a uno fuimos subiendo. Y uno a uno se fueron levantando. A mi me tocó el primero, Jimy, el más grande, pero no me preocupaba. En mi ignorancia pregunté si se trababa de machos o hembras y me dijeron que el Corán solo permite montar a los machos. Las hembras tienen una función reproductiva.

Nuestro guia iba el primero y llevaba mi dromedario de un cordel. Los cinco restantes iban atados unos a otros y lentamente nos fuimos acercando a las doradas dunas. Frente a nosotros se abría un escenario mágico. Las suaves y ondulantes dunas se sucedían unas a otros hasta el infinito. El color…lo que quizás más me impresionó ya que no era dorado, como las formadas en la arena de la playa. Su color era anaranjado y todas de un color homogéneo, casi exacto. Solo variaban esas suaves formas ondulantes. Ejercía una extraña atracción sobre mi, incluso algo erótica.


Dejamos cada vez más atrás el pequeño pueblo y sus palmeras desperdigadas para, cresteando, ir sumergiéndonos en este mar de arena. Pero de pronto se empezó a levantar un fuerte viento. Era la consecuencia de esos horizontes grises que nos habían acompañado en los últimos kilómetros hasta llegar aquí. Parecía una especie de tormenta seca. Levantaba gran cantidad de polvo y los minúsculos granos nos golpeaban hasta hacernos daño. Tanto las chinas, como yo llevábamos turbantes y rápidamente procedimos a taparnos toda la cara dejando únicamente la estrecha línea de nuestros ojos y nos replegamos sobre nosotras mismas para impedir que los granos de arena nos siguieran hiriendo. Comprendí entonces la gran utilidad de esta prenda que en realidad es una larga tira de tela de algodón que se enrolla con cierto arte alrededor de la cabeza. Gracias a ella conseguí mantener la cara y el cuello protegidos. Angel no disfrutó de su protección.



Observaba sorprendida y maravillada el extraño baile que la arena parecía tener en las crestas de las dunas, levantándose en pequeñas columnas que se retorcían y se desplazaban, y subían y bajaban. Parecían cobrar vida y moverse en movimientos prefijados. Pero el aire se fue calmando y todo pareció volver a su ser. Pronto pudimos disfrutar de la contemplación de un paisaje para mi único, hermoso, sobrecogedor. Mis ojos se llenaron de dunas, más altas, más bajas, de suaves formas curvas, de su color anaranjado. Delante de mi, solo tenía la cabeza de mi dromedario que impertérrito caminaba detrás de su cuidador a quien parecía apreciar. Y éste buscaba las crestas de las dunas para moverse fácilmente sobre ellas. Le veía caminar y lo hacía con tanta soltura, que pensé que a mi también me podría resultar fácil.

En un momento determinado una de nuestras compañeras lanzó un grito y cuando nos volvimos la vimos caer al suelo. Me pareció que la silla se había aflojado y cayó con ella. Todos los demás dromedarios, aunque alterados, se comportaron bien y no sucedió nada más. Aparentemente no le paso nada, pero dijo que ella no volvía a subir y que llegaría caminando junto con nuestro guia. Yo la dije que debía subir de nuevo. Otra compañera le tradujo lo que dije (del grupo solo una hablaba inglés y traducía al resto). Ella pareció quedar convencida y se acercó tímidamente a su dromedario, pero con mucho miedo. Y montó de nuevo. “¡brave girl!” grité, no todo el mundo cuando lo derriba un animal vuelve a subirse de nuevo.

Así sin mayores incidentes seguimos internándonos en este paisaje extraño, desconocido, mágico, hermoso. Yo no dejaba de mirar a un lado y otro, de empaparme en su belleza, en su singularidad intentando plasmar con la cámara solo un poco de la grandeza que me rodeada.

Y casi sin darnos cuenta dimos por finalizado el trayecto. Los camellos fueron descendiendo uno a uno y nosotras bajando. Luego subimos a una duna para desde allí contemplar el ocaso. El dorado disco solar, sobre las anaranjadas y doradas tierras del erg. Poco a poco se fue perdiendo hasta desaparecer. Después de todo habíamos tenido suerte y habíamos podido disfrutar de una hermosa puesta de sol, con un cielo con nubes, pero hermoso.


Al fondo se veían las casitas de Hassillabied. Parecía que estábamos cerca sin embargo nos dijeron que nos habíamos adentrado en las dunas unos dos kilómetros.

Y comprobé con preocupación que al encender la cámara se atascaba el objetivo hasta que llegó un momento en que no abrió. Pensé que posiblemente se podría haber introducido polvo o algún minúsculo grano de arena quedando inutilizada y el resto del viaje tuve que servirme solo de la cámara del teléfono. Y si en principio no quería hablar de eso sí quiero desde estas líneas quejarme amargamente de la confianza depositada en la FNAC, donde compramos una buena cámara  que no resultó barata y a la que sumamos, siguiendo los consejos del vendedor, un seguro por un año adicional. Pero a nuestro regreso pudimos comprobar que tal seguro aseguraba “humo” ya que prácticamente no cubría nada: ni daños producidos por el sol, el agua, el viento, por negligencia, por robo si la cámara estaba a la vista….hasta un montón de condiciones excluyente que en su día no leímos –culpa nuestra- confiando de buena fe en que comprábamos algo interesante, cuando prácticamente lo excluía todo. Así que después de 15 días de ir, volver, enviar correos aquí y allá, adjuntar un papel y otro más, nos dijeron por activa y por pasiva que el seguro contratado excluida los daños por el viento. Suponiendo que se hubieran producido por eso, como cabía pensar. Así que tuvimos que enviarla a un taller de reparación donde su reparación ascendió a 100 euros, que aunque mucho, mucho menos que lo que me pedía la casa cannon, que me ofrecía una “tarifa plana” de 250 euros añadiendo que según su experiencia las reparaciones generalmente superaban este importe. Me quedé tan desagradablemente sorprendida que les dije que si ese era el costo, me interesaba más comprar una nueva.
Poco después y desde lo alto de la duna desde la que dominábamos gran parte del horizonte,  pudimos contemplar nuestro campamento al fondo de un agujero  compuesto por una jaima grande cuadrada donde debían guardar distintos aparejos y al lado de ella tres pequeñas tienda iglú colocadas alrededor de una mesa de patas cortas y unos taburetes. Nuestros compañeros guías oraban en lo alto de otra duna orientados a la Meca. También vimos  al grupo de dromedarios que pasarían la noche cerca de  nosotros. Les habían doblado y atado una pata sobre sí misma para impedir su fuga.

Esperamos un poco más a que nuestros guías tomaran su comida, el primer alimento del día. Luego procedimos a instalarnos.

Nuestra tienda era más que suficiente, con espacio para colocar nuestra mochila, una especie de colchoneta de gimnasio sobre la cual habían colocado una manta doblada y unos cojines a modo de almohada. Luego nos dieron una manta por si teníamos frio por la noche.

Una vez instaladas tomamos unos pequeños aperitivos regados con agua muy fría (con hielo incluso en algunas botellas) y coca cola para después pasar a servirnos una deliciosa cena a la luz de unas pequeñas linternas. Como ayudé un poco a llevar las cosas pude también asomarme al interior de esta jaima que disponía de todo lo necesario para preparar alimentos. Me sorprendió el calor en su interior.
Y  no faltó de nada y a mi juicio demasiada comida sobrando bastante. Todo el grupo comió de todo, excepto la mayor de las chinas que no quiso la ensalada. Según me confirmaron la daba miedo. A nosotros las altas temperaturas nos habían hecho perder el temor a unos pedazos de tomate con pepino.  Los restos de la fruta fueron aprovechados para los camellos.Y la noche fue cayendo casi sin darnos cuenta. Era como si formáramos parte de un escenario casi irreal. 













Las nubes ocultaban las estrellas y cuando éstas desaparecieron, se instaló la potente luz de la luna lo que impidió que pudiéramos disfrutar de un cielo negro estrellado. Luego nuestro “trío protector” nos deleitó con música: tambores y castañuelas metálicas. Bailamos al ritmo de los tambores y también probamos a tocarlos, a seguir el ritmo que nos marcaban. No resultaba fácil e imposible que cada mano marcara una cadencia distinta. Y terminamos la noche como casi habíamos empezado nuestra escapada a las arenas del Sahara: las cuatro chinas por un lado con uno de los guías y nosotros dos por otro, con otro de ellos. Y es que si bien cuando me dirigía a ellas contestaban amablemente, no demostraron mayor interés por comunicarse. Entre ellas no pararon de hablar, pero no era así con nosotros. Corteses pero distantes.
Después ascendimos a lo alto de la duna para contemplar la noche, nosotros dos con Mohamé. A estas alturas estaba ya descalza y era muy agradable sentir el tacto fresco de la arena bajo mis pies. Es curioso, pero recuerdo esa sensación como distinta a la que se siente cuando se pisa la arena de playa. Supongo que no habrá diferencia y el hecho de describirlo ahora como distinta es solo psicológico.

Y la ascensión a lo alto de la duna me pareció muy dura pero sobre todo el final, llegar a la cresta. Fue curiosa la sensación: tomaba impulso para dar el paso final hacia adelante, pero retrocedía y no lo conseguía. Parecía una de esas pesadillas en las que uno quiere correr y no puede o no avanza. Así que volvía a tomar impulso para intentar su coronación. Podría conseguirlo o no. Si lo conseguía era también fácil que el impulso fuera excesivo y por tanto fácil también que perdiera el equilibrio cayendo por el otro lado de ella. Y si no, a volverlo a intentar. Confieso que tuve que pedir ayuda para “coronarla”.

Una vez arriba hablamos de muchas cosas disfrutando del lugar. La luna, hermosa, única, seguía reinando y apagando las estrellas a la  vez que iluminaba ese maravilloso entorno. Nuestras compañeras chinas se habían acostado ya. Y nosotros descendimos para hacer lo mismo. Nos levantaríamos antes del amanecer para ver emerger el sol. Y antes de descender advertí: voy a hacer pis. Porque el baño era tan grande como el desierto y la luna indiscreta con su luz.

Hacía calor, así que me sobró toda la ropa que había llevado para pasar la noche: una chaqueta de manga larga y un jersey fino de manga larga. Así que en ropa interior y pantalón largo y fino, me despanzurré sobre la manta. De lado no, porque tengo los hombros fastidiados y terminaban por dolerme o por dormirse las manos y/o brazos, boca arriba, me aburría, así que el sueño me atrapó boca abajo y me mantuvo plácidamente hasta las 3 de la mañana.

A esa hora me desperté para “ir al baño”, que hermoso era y no tuve dificultad para elegir sitio, y me quedé fascinada por la cúpula que nos cubría. Al estar metidos en el agujero las laderas de la duna nos rodeaban y arriba quedaba un oscuro cielo plagado de pequeños puntos luminosos, brillantes, muy brillantes, de distintos tamaños y luminosidad. Se distinguía perfectamente la vía láctea y la osa mayor y de haber conocido más de estrellas, supongo que habría distinguido y nombrado muchas de ellas. Todos dormían, los chicos encima de una duna, los “turistas” en nuestras tiendas. Desperté  a Angel que junto a mi, sentados en los taburetes, contemplamos fascinados esta hermosa cúpula negra iluminada de miles de puntitos blancos titilantes. Toda una belleza.

Retomamos nuestro sueño hasta que alrededor de las 5 nos despertaron suavemente para que subiéramos a lo alto de la duna y contemplar el amanecer. Supongo que ellos llevarían despiertos desde las 4 de la mañana ya que pueden comer algo hasta unas 2 horas antes del amanecer.

Perdidos en el tiempo. 14 de mayo

Subimos los seis a la duna con gran esfuerzo por mi parte y también de la china de mayor edad (era un grupo compuesto por una madre y tres hijas) a la que tuve que dar la mano ya que, casi  arriba,  la pasaba lo mismo que a mi y teníamos que multiplicar el esfuerzo. Y desde allí, sentados, alineados sobre la suave cresta de la duna nos orientamos hacia el este esperando el despunte del astro rey. Mientras, abajo desmontaban nuestras tiendas.

Y poco a poco la claridad aumentó y el sol trepó por las dunas del horizonte para iluminarlo todo desvaneciendo las tinieblas de la noche. Una preciosidad.

Descendimos para tomar ahora nuestro desayuno, abundante y suculento. No había leche, pero sí té y café, bollería, pan y una deliciosa tortilla con tomate que al menos a mi me sentó de lujo. En un principio suelen llevar a la gente a desayunar a los hoteles o lugares donde se había dejado el equipaje. Pero yo hablé con Moha de la posibilidad de tomar el desayuno en las dunas para disfrutar aún más de lo que para mí sería un momento único y posiblemente irrepetible. Y se cumplió mi deseo. Así que rodeados por las doradas arenas de las dunas y protegidos de un sol que ascendía y que amenazaba con castigar, tomamos nuestro desayuno para después subir al “taxi” de regreso, nuestros dromedarios.

Una a una fuimos subiendo a los dromedarios que se fueron incorporando. Iniciamos el regreso. No sé por qué me resultó más duro el regreso que la ida. Temía las bajadas ya que el tranco de mi camello, al ser el más grande, era también el más oscilante y por tanto se balanceaba mucho más. Inconscientemente apretaba mis piernas contra el animal, pero lo que encontraba no era su piel o la manta, si no los hierros que habían puesto para que nos pudiéramos sujetar con las manos. Así que durante dos días tuve la cara interna de los muslos dolorida.

Los chicos regresaron como se fueron, uno llevando el ramal de mi dromedario y los otros dos en un quad en el que transportaban alguna que otra cosa. Luego me arrepentiría de no pedir probar esa moto del diablo para regresar –de paquete, claro-. Y nosotros seguíamos las huellas del quad siempre cresteando. Cercanos ya a Hassillabied uno de los chicos se bajó de la moto para caminar junto a su compañero que dirigía los dromedarios.

El sol comenzaba ya a castigar cuando dejamos atrás las dunas y descendimos de nuestras monturas y caminando regresamos al hotelito donde nos dimos una refrescante ducha. Las cuatro chinas se repartieron una y nosotros la otra disponible. Yo tenía tierra en los oídos y allí quedarían restos hasta algún día que otro después. Tras ducharnos y cambiarnos y mientras esperábamos a que Moha nos recogiera, tuvimos que llamar a Raul ya que nos preocupaba nuestra amiga peluda, Tula que nos decían que parecía muy triste  y apenas comía. Aprovechando el wifi del hotelito hicimos una llamada de whatsap y nos tranquilizamos. Parecía que su estado de ánimo había mejorado y comía.

Sobre las 8,30 apareció Moha y emprendimos el camino de regreso, aunque nos detuvimos antes en otro lugar para buscar más fósiles. Y allí contemplamos enormes planchas de piedra negra con restos de fósiles también de un tamaño considerable incrustados en ella. Angel disfrutó como un enano y yo también, aunque no tanto como él.

De la nada comenzaron a aparecer hombres con unas cajas colgadas del cuello en las exponían los fósiles que vendían. Angel no quería ninguno. Dijo que ya teníamos muchos. A mi…se me encogía el corazón. Angel se preguntó de dónde salían, si no había nada de nada, estábamos en medio del desierto. Moha nos dijo que de la sombra que daban unas rocas. Allí permanecían esperando a que algún vehículo con turistas se acercara –como de hecho vimos otro más- para mostrarles lo que ellos encontraban y luego trabajaban. Nos dijo que era su modo de subsistencia. Y realmente eso me parecía a mí: SUB-sistir o RE-sistir porque no sé si se puede vivir mucho de ello aunque Moha nos dijo que era a lo que se había dedicado su padre.

Hemos leído y oído comentarios de que hay muchas falsificaciones de fósiles, que lo que encuentran es un pedazo y luego tallan el resto que es la mayor parte, para darle el aspecto de una pieza completa y que en algunos museos hay falsificaciones. Si es así, algunas son auténticas obras de arte y de artesanía. Ellos carecen de casi todo, solo tienen esto (fósiles) y eso, no se come. Y a nosotros nos sobra casi todo, así que no me parece mal que lo hagan, y no deseo entrar en mayores disquisiciones filosóficas o éticas.

Ahora el regreso lo hacíamos por otra carretera atravesando una inmensa llanura pedregosa muy muy aburrida a lo largo de las montañas volcánicas del sur de Sarhro con peculiares formaciones. 

 Lo único que marcaba la diferencia y atraía mi interés eran las acacias esparcidas y solitarias que aparecían salpicando esta interminable planicie. Pequeñas, de copas redondas, nos dijo Moha que ellas mismas se dan sombra a sus raíces. Angel paró en un sitio para poder verlas de cerca. El paisaje era totalmente africano, una inmensa llanura con pequeños arbolitos  de copas redondas desperdigados aquí y allá.



Paramos en medio de la más absoluta nada en un restaurante o bar de carretera donde nosotros estiramos las patitas y Moha tomó un breve descanso. Nos llamaba la atención que todos estos sitios tienen dependencias para que los conductores puedan descansar  e incluso orar.

Después hubo otra parada para contemplar unas hermosas vistas en un restaurante en el que en la terraza y a sombra, servían comidas a turistas. Mohá nos dijo que ya no había nada para comer en nuestro camino, pero eran tan solo las 12,30 o 13, demasiado pronto, así que decidimos continuar.




Hasta que llegamos al valle del Draa. Aquí la monotonía de los marrones se transformó en el verde de una zona llena de vegetación gracias al río Draa que fertiliza las tierras convirtiendo este lugar en un edén de palmeras y oasis.

La carretera atraviesa este vergel y vamos dejando huertos, cultivos y palmeras a derecha e izquierda para ascender después hasta un mirador desde el que podemos contemplar unas impresionantes  vistas de este valle donde el verde de las palmeras contrasta vivamente con el rojizo terroso de las desoladas tierras cercanas.


Ahora, siempre rumbo a nuestro destino de hoy Ouarzazate, nos desviamos un poco para dirigimos por una carretera secundaria a la  Kasbah del Caid. Yo tenía anotada la de Tamnougalt  pero por lo que pude leer después la Kasbah del Caid está en Tamnougalt, así  que debe ser la misma.


Moha nos dejó a sus puertas y en las manos de un guía que nos dio a elegir entre francés o Inglés... Elegimos el francés, pero Angel confesó no enterarse, así que cambiamos al inglés. La entrada era cara: una cantidad pequeña para el guía pero la mayor parte iba destinada a las pocas familias que aún viven allí y para la restauración.

Del siglo XVI cuando una poderosa familia se asentó en la zona con la intención de proteger el lugar y ser centro de comercio y cumplir funciones de carácter aduanero para las caravanas que venían del sur cargadas de oro, sal, marfil y un sinfín de cosas y cuyo destino era Marrakech. Fue durante mucho tiempo capital de la tribu Mezguida y sede del caid que representaba al sultán de la zona.  Los sucesivos caídes fueron construyendo diferentes kasbas, al principio dentro y luego fuera y algunas con decoraciones únicas en todo Marruecos. Aquí se han rodado numerosas películas, como el cielo protector de Bertoluci.

Traspasamos su puerta y nos sumergimos en un reino de sombras y silencio, donde las luces  se colaban tímidamente por callejones o patios. A pesar de su estado de deterioro, conserva aún su solemnidad. Recorremos callejucas, nos dejamos engullir por los estrechos callejones del barrio judío,  vemos dependencias destinadas a diferentes funciones como cocina con sus hornos de pan, el hamman, habitaciones, terrazas con imponentes vistas  dominando un palmeral y en las que se pasaban las calurosas noches de verano con el cielo estrellado como techo. Todos sus restos atestiguan la importancia que debió tener en su época, la mezquita, el barrio judío, las puertas, etc.
Nos sentimos perdidos en el tiempo, sobre todo cuando en uno de esos estrechos callejones con altas paredes de barro nos cruzamos con un lugareño con su chilaba y gorrito. Y nos sentimos extraños, como un anacronismo, como si desentonáramos en ese lugar atrapado en el pasado. No es difícil imaginar la entrada de las caravanas por una de las cuatro puertas, con sus dromedarios cargados hasta los topes, esclavos negros, gente yendo y viniendo.

Seguimos a nuestro guia por un laberinto de callejas y estancias. En un momento determinado afirmó que el Corán permitía a los hombres tener varias esposas justificándolo en el apetito sexual, masculino, claro,  ya que podría ocurrir que esa “única” careciera de él o fuera escaso.  Yo, que ignoro todo del Corán, pero  que había asimilado la explicación que nos dio nuestro guia del freetour de Marrakech le respondí que eso era si el resto de las mujeres estaban de acuerdo entre sí y así lo permitían ya que debía de haber equilibrio en todo. Pero él dijo que no y además, hasta se sintió algo ofendido así que no pude resistir la tentación de chincharle un poco y decirle que por esa misma regla de tres a una mujer la podría ocurrir lo mismo y eso justificaría que pudiera tener varios esposos.  Me debió de ver muy combativa y no debía de tener muchas ganas….de discutir, así que dio el tema por concluido.

Al terminar nuestra visita Mohá nos sugirió comer allí, lo que aceptamos así que nos llevaron a la terraza de uno de los edificios de la kasbah desde la que teníamos unas hermosas vistas a los jardines de palmeras que estaban bajo nosotros. Además otro atractivo añadido, y es que estábamos completamente solos por lo que disfrutamos de la serenidad de un lugar único. Al rato apareció otro guía con sus turistas, italianos, un poco escandalosos, pero que tras tomar un refrigerio continuaron su camino dejándonos de nuevo en la paz y tranquilidad de un lugar único. Si la temperatura hubiera sido unos grados inferior, hubiera sido casi perfecto.





Cuando terminamos, bajamos en busca de Moha quien después de descansar nos pidió permiso para orar. Tan solo cinco minutos después estábamos ya rumbo a Ouarzazate a donde llegaríamos alrededor de las seis de la tarde. Hotelito agradable, tranquilo y en el centro de la ciudad. Tomamos una ducha y salimos a dar un paseo. Pero se acercaba la puesta de sol así que encontramos todas las calles vacías y unos minutos después sonó una sirena que anunciaba el fin del día de ayuno. Pero las calles continuaron desérticas, a excepción de algunos turistas que como nosotros paseaban curiosos por la falta de vida. Regresamos al hotel a tomar la cena. También abundante y buena, pero de primer plato nos pusieron un potaje ….caliente. Lo siento, no pude con tanto plato caliente así que prescindí de él para pasar a un tajine de pollo quizás de los mejores que hemos tomado. La lástima es que contemplar como hierve cuando lo sirven con el calor que hace, resta algo de apetito.

Preguntamos si podríamos tomar a las 7 o 7,15 de la mañana alguna galleta con café para poder partir a las 7,30. No pusieron ningún problema. Y es que el viaje inicial estaba previsto para realizarse en 3 días, es decir, hoy deberíamos estar ya en Marrakech. Pero Mohá nos sugirió la posibilidad de pasar esta noche aquí, sin incrementar precio y para estar hacia las 11 o 12 en Marrakech y así poder terminar con el plan de visitas prefijado. No hubo inconveniente y nos dijo que llegar a la ciudad nos tomaría unas 4 horas así que acordamos salir a las 7,30.

Regresando al rojo. 15 de mayo

Estupenda noche, tranquila y cuando bajamos a tomar nuestro café con galletas, nos encontramos con un suculento desayuno al que no faltaba de nada. Destacamos en todos ellos los zumos de naranja, naturales, así como unas tortitas deliciosas y muy apetecibles.

A las 7.30 pusimos ya rumbo hacia Marrakech. Atravesamos de nuevo las montañas del Atlas para retomar el camino que llevamos a la ida hasta que nos desviamos a Telouet.

Ahora contemplamos paisajes montañosos, verdes, sembrados de huertos y cereales, con gente que va con sus animales a sus labores, mujeres lavando en las aguas de un río con un fuego al lado para calentar el agua, pueblecitos de barro como si contempláramos un belén navideño. De nuevo las obras en la carretera que vamos dejando atrás, los autocares cargados de turistas, los puestos en la carretera que venden todo tipo de fósiles y minerales….y el olor a aceite que nos anuncia la proximidad de la gran ciudad  a la que llegamos a las 11,30.

Nos tenemos que despedir de Moha, quien ha cuidado de nosotros durante los días que ha durado el viaje, con el que hemos convivido y quien nos ha ido descubriendo su mágico país del que nos hemos enamorado diciéndonos que deberíamos de regresar cuando tuviéramos nuestra nueva autocaravana y yo me hubiera jubilado, allá para el otoño del 2021.

Moha insiste en acercarnos a alguna de las visitas  que teníamos previstas para hoy en la ciudad, pero no sabemos qué hacer con las maletas aunque él se ofrece a esperarnos. Pero no nos  sentiríamos cómodos así que le decimos que se vaya a descansar y que nosotros después de dejar las maletas en el hotel continuaríamos con nuestro plan, pero insiste pidiendo que le dejemos hacer algo por nosotros, así que acordamos que mañana nos regale el viaje al aeropuerto, acordando las 14,00 como hora de recogida en un punto cercano al hotel y de fácil acceso para él.

Nos damos un cálido abrazo y tiramos de nuestras maletas por la Jemaa el Fna y bajo un sol que no parece tener piedad, pese a la hora. Ya nos sabemos el camino. Así que bajamos por el callejón, tomamos otro aún más estrecho hasta el final para encontrarnos donde tres noches antes habíamos estado. Nos recibe de nuevo el joven que nos guio  y quien nos atendió el primer día.

Nos dan la habitación de al lado a la que tuvimos, un poco más pequeña, casi inapreciable y con más espacio para poner trastos en el lavabo. Nos cambiamos y nos preparamos para afrontar la visita al palacio Bahía.

No parecía difícil encontrarlo ya que en vez de tomar la calle hacia la plaza grande (jemaa el Fna) había que tomar esta misma calle hacia abajo (y no dar la vuelta que dimos el primer día). Antes de salir preguntamos en la recepción cómo se llegaba al zoco de los artesanos –yo insistía en ir-  e intentó explicarnos. Pero hablaba un escaso francés y casi nada de inglés así que intenté usar el traductor del google pero él llamó al joven propietario del hotel quien nos explicó como hacerlo siempre introduciendo  las palabras “fácil” y “derecho”. La primera puede que sea posible, -para ellos-  pero la segunda, en esta ciudad, es imposible. Dudo de que exista alguna calle, calleja o callejón que sea recta.

Pusimos rumbo al palacio Bahía y  en poco tiempo habíamos desembocado en el barrio judío junto al que encontramos nuestro primer destino. Mucha gente, mucha. Pero descubrimos una auténtica joya.

Del siglo XIX es una de las obras maestras de la arquitectura marroquí y el palacio más grande y lujoso de Marruecos en su tiempo. En las ocho hectáreas de extensión que tiene el palacio se ubican 150 habitaciones que dan a diversos patios y jardines plantados de naranjos, plataneros, cipreses y jazmines.

Vamos pasando de estancia en estancia admirando los ricos trabajos en estuco, azulejos o maderas de los techos, sus colores, su armonía…la tranquilidad y frescor de sus patios. Vamos regateando gente que como nosotros, recorren las dependencias llenando sus ojos de esta belleza, de estas obras de arte.

Es un lugar hermoso y digno de ser visitado. Lástima la cantidad de gente que hay, pero a todos nos gusta lo bello.


Terminada nuestra visita,  salimos en busca de un taxi que nos acercara hasta las curtidurías o “tanneries”.  Había leído que localizarlas tenía su dificultad, aparte de estar a una distancia considerable así que el taxi nos pareció una buena opción. En el hotel nos habían dicho que el precio adecuado eran unos 3 euros, pero el primero que estaba en la puerta nos pide 10. Automáticamente nos negamos y acto seguido nos pregunta que cuánto queremos pagar. Yo me acostumbro mal a regatear el trabajo de una persona, pero Angel, peor aún. Además nos entendemos mal y en esta incomodidad aparece otro conductor  que dice que nos lleva por 3 euros.


Así encaramos primero un buen tapón para comprobar sobrecogidos su origen: el reparto de comida a la puerta de una casa. No hay colas, solo un numeroso grupo de gente que levantan sus manos u ofrecen sus recipientes. El taxista comenta que son pobres y no parece afectarle nada más.

Circulamos rodeando  la muralla que vamos dejando a nuestra izquierda hasta entrar de nuevo en ella. El taxi se para frente a una puerta que yo no reconozco ya que tenía “fotografiada” en mi memoria otra que describía su localización en la calle Rue Bab Dbagh, cerca de la puerta del mismo nombre, pero el taxista insiste en que es la entrada. Nos bajamos y nos pone en las manos de otra persona que se ofrece de guía, dándonos además un pequeño ramo de hierba buena que describió como “mascara de gas”.

Tradicionalmente la ubicación de las curtidurías ha sido fuera de las poblaciones, por lo que sorprende que esta estuviera dentro de la medina en su parte norte. No es una fábrica, no es una atracción turística. Son explanadas con agujeros donde tratan las pieles. Es un trabajo muy duro, con muchas horas de labor y una alta exposición a fuertes productos químicos. Por ello no van muchos extranjeros ni es algo demasiado explotado.


Traspasamos una puerta grande para encontrarnos en un enorme patio rodeado de viviendas y en cuyo interior se encuentran las distintas cubetas para el tratamiento de las pieles. El olor nos golpeó y  el ramito de hierba buena que llevaba me pareció pequeño y casi me lo incrusto en la nariz. El olor también me penetró por la boca por lo que pretendía cubrirla también con la ramita y gracias a ella pudimos permanecer en el interior porque realmente el olor se podría definir como nauseabundo.

Las pieles se meten unas dos semanas en cal viva para que se desprenda de ella los pelos y otros restos de materia orgánica que han quedado aún. Después pasan a una pileta donde se sumergen en excrementos de paloma para ablandarlas y eliminar olores.  Seguidamente en una zona de bañeras redondas las ponen con distintos productos para teñirla: menta si va a tomar un color verde, amapola si será roja, henna si va a quedar marrón oscuro… El proceso termina con el secado y ya estarán listas para ser recortadas y elaborar distintos productos con ellas.

No había nadie trabajando. Las horas eran las centrales del día, el sol no mostraba piedad y estábamos en medio del Ramadán. Así que detrás de nuestro guía fuimos caminando y sorteando las distintas cubetas del recinto y escuchando sus explicaciones. Pero no me pude concentrar mucho. Confieso que me sentí desbordada por lo que veía y sobre todo por lo que olía, además de mirar cuidadosamente donde ponía mis pies. No es un lugar agradable, aunque sí muy auténtico y…duro. No me quitaba de la cabeza la gente que trabajaba allí en esas condiciones y sobre todo cómo podrían vivir  ya que todo el recinto estaba rodeado de viviendas.



Al salir nos metieron en una tienda en la que intentaron que compráramos algo. Debieron ver que no estábamos muy dispuestos y no fueron demasiado insistentes, aunque también puede influir el Ramadán. Después nos llevaron a una tienda con distintos tintes  para dar por terminada la visita, pagando  a nuestro improvisado guía lo que nos pidió.

Pretendíamos ir desde allí hasta la Jemaa el Fna pasando por el zoco de los artesanos, así que preguntamos al guía quien nos llevó a un punto determinado del exterior a las curtidurías y aquí sí pude identificar la entrada que tenía “archivada”, por lo que deduje que debía de haber varias.   Desde allí nos indicó que “todo recto”. 

Empezaba a sonarme esta expresión completamente alejada de la realidad y siempre, terminábamos perdiéndonos. Yo presumo de interpretar bien los mapas y de orientarme también bien, pero esto me superaba y en exceso.

Caminábamos por lugares donde no veíamos turistas, así que éramos un blanco fácil de identificar y enseguida salieron personas desinteresadas que nos querían guiar a la “gran plaza”. Al primero no le hicimos caso sobre todo cuando pretendió meternos por un callejón estrecho y solitario. 

Desapareció. Pero me sentí perdida así que al segundo, le seguimos, eso sí, a un paso más que de trote, casi a la carrera y Angel comenzó a enojarse y según avanzábamos, su enojo aumentaba. Ni quería que le siguiéramos, ni podíamos aguantar su ritmo. Yo lo intenté porque pensaba que sin él no sabríamos  llegar a la Jemaa el Fna, y me enfrenté con Angel, pero en un momento determinado Angel estalló y llamó a este joven y muy muy enojado le dijo que ya bastaba. Yo aún no sé si el joven lo entendió o se molestó por el tono utilizado y por su buena voluntad. Lo cierto es que no se sintió muy cómodo y después de que Angel le diera una propina, se fue aunque nos había dejado ya casi a las puertas de la “gran plaza”.

Así que ahora solo nos quedaba irnos a comer. Eche mano de los planos que tenía sobre restaurantes y elegimos uno que parecía próximo, La Cantine des Gazelles, muy recomendado pero cuando le encontramos estaba completo y teníamos que esperar media hora, ¡y eran ya las 15!. Sorprendente, en un día de diario y el sitio era poco más o menos que un local con mesas dentro y otras en la misma calle.

Decidimos no esperar y cuando nos detuvimos a buscar otro nos oyó un grupo de jóvenes españolas que nos recomendaron uno al que nos dirigimos. Y siento no recordar su nombre porque resultó muy recomendable  y lo tenía también anotado. Aire acondicionado, tranquilo y comimos realmente bien.
Como el restaurante tenía wifi decidí seguir los consejos del grupo de chicas y descargarme una aplicación de mapas que funciona sin conexión, map.me a ver si me ayudaba algo.

Y después de comer decidimos “probar suerte” a ver si esta vez éramos capaces de encontrar, por tercera vez, el zoco de los artesanos, ayudados por la nueva aplicación que me había descargado.

Y pusimos rumbo al lugar y sorprendentemente lo encontramos, aún no sé cómo, pero así fue. En nuestro camino nos detuvimos a comprar alguna cosilla que otra siempre con el inevitable regateo. Así que paseamos entre los distintos talleres que en realidad eran pequeños locales abiertos a las callejuelas en cuyas puertas estaban  expuestos los productos que ellos mismos trabajaban en el interior o en las mismas puertas. Los artesanos se distribuyen en calles, así en una están las lámparas, en otra el cuero, en otra el metal, etc.

Y cometí un error, me acerqué al dueño de un comercio a preguntar por algo pensando que no intentaría llevarme ya que tenía que atender su local, pero….sorpresa, lo abandonó  y diciéndonos que solo quería practicar español nos habló de una “fiesta” en la parte de los artesanos de tejidos y telas, “con colores, muy bonita  y que finalizaba hoy y que había muchos turistas”. Así que consentimos en que nos guiara y comenzó a callejear, derecha, izquierda, derecha  otra vez….hasta que llegamos a una zona donde vemos las lanas de distintos colores colgadas. Nos sube a una terraza para que miremos, nos mete en una tienda y allí intentan vendernos cosas mostrándonos los tintes de las telas. Como ven que no tenemos intención de comprar, nos dejan ir y nos recupera de nuevo nuestro guía que “solo quería practicar español”. Pero no vemos fiesta, ni turistas, ni nada de nada, así que al salir le preguntamos que donde nos quiere llevar y responde que a la tienda de su hermana (que ni será hermana ni nada de nada, luego supimos que llevan comisión) y le dijimos que no queríamos ir.

Así que enojados y con el teléfono en la mano intentando orientarnos, regresamos  más  o menos a donde queríamos ir y seguimos disfrutando de un paseo por el zoco, siempre sin abandonar las callejuelas principales porque estoy segura de que nos habríamos vuelto a perder con una facilidad pasmosa, con teléfono, con mapa, con ambos o sin ellos. Alguien nos comentó que había visitado varias veces la ciudad y siempre se perdía.

Sobre las 18 horas, a hora y media de la puesta del sol y por tanto, del fin del día de ayuno, decidimos regresar a “escondernos” al riad y  permanecimos en la habitación hasta las 20 horas en que calculamos que ya habrían comido, bebido y por tanto tranquilizado, y salimos en busca de La Cantine des Gazelles para cenar, pero, de nuevo la encontramos completa. Y es que teníamos que haberla reservado al medio día, pero ya no tenía solución así que intentamos ahora encontrar Café des Épecies, recomendado también por nuestros hijos.

En el camino oímos a una pareja española desorientada, buscando un lugar donde cenar y la recomendamos el sitio donde estuvimos la primera noche.


El navegador nos mueve por callejas del zoco y vamos mirando que la distancia se vaya acortando, pero llega un punto en que comienza a aumentar. Nos hemos equivocado. Otra vez engullidos por este laberinto imposible, y de noche, así que decidimos regresar a la Jemaa El Fna y tomar la cena donde la disfrutamos la primera noche. Pero de nuevo volvemos a despistarnos y casi no lo conseguimos.

Y dentro de nuestra mala suerte, encontramos nuestra mesa, la de la primera noche, libre. Como habíamos aprendido la lección pedimos prácticamente un plato para cada uno que repartíamos y que era suficiente.  Al poco tiempo apareció la pareja española a la que habíamos aconsejado este lugar. Es curioso, es como si el círculo se cerrara: a nosotros el primer día, y en la misma mesa en que estaba ahora la pareja española, unas francesas nos dieron consejos muy valiosos para unos recién llegados, y ahora éramos nosotros quienes dábamos unas pequeñas orientaciones a esta joven pareja.

Después de cenar nos dirigimos a la Jemaa El Fna y hoy estaba especial. A parte de los puestecillos que vimos la primeras noches hoy nos sorprendió ver numerosos grupos de gente agrupados alrededor de algo. Cuando nos acercamos comprobamos que se trataba de espectáculos callejeros, de lo más variado y variopinto. Así a los encantadores de cobras o dueños de monos, se sumaban todo tipo de titiriteros o curiosos individuos que mostraban sus habilidades y  alrededor de los cuales se reunía la gente, incluso en improvisados bancos. Hoy la plaza parecía tener más vida de lo habitual.

Recorremos alguno de estos concurridos corros donde casi el 99%de los espectadores son hombres. Creo recordar que solo vi una o dos mujeres. Por supuesto que los protagonistas de estos espectáculos eran todos hombres.

Y decidimos retirarnos. Ya solo nos quedaba la primera parte del día de mañana. Si visitábamos las tumbas Saadies a primera hora y nos daba tiempo de acercarnos al cementerio judío para desplazarnos después a los jardines Majorette, habíamos cumplido nuestros objetivos.

Dejamos la ciudad. 16 de mayo

Nos levantamos para tomar el desayuno a primera hora para después dirigirnos a las tumbas saadies a las que llegaríamos por  el mismo camino que tomamos ayer para ir al Palacio Bahia. Y tardamos poco en encontrarlas muy cerca del barrio judío y con nada de espera.

Estas tumbas datan de finales del siglo XVI y están localizadas en un jardín cerrado al que se accede a través de un pequeño pasillo.

En el mismo jardín se pueden ver más de 100 tumbas decoradas con mosaicos. En ellas están enterrados los cuerpos de los sirvientes y guerreros de la dinastía saadí.
A finales del siglo XVII su entrada fue tapiada y no es hasta 1917 cuando los franceses hicieron un estudio aéreo para la creación de mapas de la ciudad cuando fueron redescubiertas.
El mausoleo comprende los restos de unos sesenta miembros de la dinastía Saadí, entre los cuales están los de Áhmad al-Mansur y su familia.

Nos asomamos a lo que parece ser el “segundo mausoleo”, construido por Ahmad al-Mansur para la tumba de su madre. De forma cuadrada consta de dos salas laterales. En el suelo de azulejos de colores, están  marcadas las diferentes tumbas. Lo primero que nos llama la atención es su estrechez y es que según nos dijo el guía del free tour, los musulmanes se entierran de lado.


Después ya nuestros ojos comenzaron a  deambular por paredes, arcos, columnas y techo con una decoración muy sencilla pero muy hermosa.

Por los jardines que comunican los dos edificios que componen el conjunto nos  dirigimos al mausoleo principal que es el edificio más importante de todo el conjunto. En él está enterrado el sultán Ahmad al-Mansur y su familia. 

Compuesto por tres habitaciones, la más importante es la denominada sala de las doce columnas sobre las que se apoya una magnífica cúpula central en madera de cedro extraordinariamente tallada. Todas las columnas son de un inmaculado blanco de mármol de Carrara., con su decoración de estuco en las paredes.

Es una estancia impresionante donde los coloridos dibujos geométricos  de los azulejos que tapizan suelo y paredes contrastan con el blanquecino de los estucos y de las columnas. Nuestros ojos ascienden por ellas para quedarse atrapados en las filigranas  de capiteles y arcos, para terminar en los elaborados techos y descender de nuevo tratando de asimilar la belleza que contemplamos.

Regresamos a los jardines y comprobamos que tenemos tiempo suficiente para intentar encontrar el cementerio judío así que abandonamos este lugar para internarnos por un dédalo de callejones, callejas y similares que componen el barrio judío. Trato de seguir los consejos que el navegador me da. Y nos vuelve a “atrapar” un joven que únicamente pretende “practicar su español” ¿por qué me sonará a mi esto?. Dice que es estudiante de economía y que solo quiere guiarnos y de paso, acercarnos al mercado judío de especias  ya que hoy, jueves, es el último día de la semana que se celebra mercado. Mañana es Sabah por lo que ya no abre.

Y volvemos a confiar en él que nos deposita….oh sorpresa,….en una tienda de especias donde pretenden también vendernos.

Salimos rápidamente y esta vez nos prometemos no hacer caso a nadie. Así que caminamos por estrechos callejones. En un momento determinado un joven, al que Angel jura haber visto antes, nos dice que por ahí no se va, que “calle cortada”. El navegador no opina así, además  de ver gente que viene de frente, así que me encojo de hombros y continuamos por esta calle supuestamente “cortada”.

Evidentemente resultó no estarlo. En un momento determinado la distancia empieza a alargarse, por lo que regresamos sobre nuestros pasos hasta encontrar el lugar desde donde esta distancia se acortaba. Y no tardamos en llegar a lo parece una calle principal por la que circulan coches y el navegador nos marca el destino a nuestra derecha, detrás de una tapia que seguimos hasta encontrar la entrada. Recuerdo haber leído que hasta mediados del siglo pasado el 15% de la población de Marrakech era judía y que aquí descansan muchos judíos sefarditas.




Y efectivamente llegamos. Ante nuestros ojos se abría una explanada desarbolada sobre la caía un sol de justicia que iluminaba y resaltaba el color blanco de los pequeños túmulos que desordenadamente se levantaban. Tras pagar una pequeña entrada visitamos este peculiar lugar. Pequeños montículos de un inmaculado blanco se elevan sobre el suelo, también blanco. Unicamente destacan los pasillos o accesos principales teñidos de un rosa pálido y que por tanto, contrastan vivamente. La colocación y orientación de estos montículos aparentemente es arbitraria lo que da cierta sensación de anarquía.

Paseamos entre las tumbas hasta llegar a una especie de edificio central a modo de porche y bajo cuya sombra nos protegemos del sol. Mi curiosidad se ha avivado pero no hay nadie, exceptuando una señora mayor vestida de negro y que parece arreglar alguna tumba. En alguna de ellas vemos apellidos españoles.
A la salida hay un pequeño cartel en inglés que nos explica algo de este impresionante lugar, digno de ser visitado a pesar de la opinión del guía del free tour.

En él se dice que data del siglo XIV. Después de la expulsión de los judíos de España en 1492, muchos de ellos vinieron a Marrakech acudiendo a la llamada de un sultán. Así el barrio judío se construye en el XVI para proteger a estos habitantes judíos que sobre 35.000 lo habitaron llegando a haber 40 sinagogas.

En el cementerio hay una sección de niños con cerca de 7.000 que murieron de tifus. Hay sección de hombres separada de la de mujeres y alrededor tumbas de piadosos,  jueces y eruditos. También santos y devotos que enseñaron la Torah a la comunidad de Marrakech y a través de todo el país y  cita alguno de ellos.

Impactados aún por este singular sitio, lo dejamos atrás. Ahora ya solo nos quedaba una visita pendiente: los Jardines Majorelle y puesto que estaban lejos, tomamos un taxi. De nuevo el irremediable regateo, de 10 euros a 4 y porque Angel no puede pero el precio era también de 3 euros.


Cuando llegamos nos encontramos con una larga cola, bueno, dos,  aunque habían colocado sombrillas que nos protegieran del sol y la fila más próxima a la vaya –que no era la nuestra- disfrutaba de agua vaporizada.

Miramos nuestros relojes. Nuestra espera se podría prolongar como máximo 30 minutos ya que a las 14.00 horas nos recogería Moha por lo que antes debíamos llegar al hotel a recoger el equipaje.

Pero en escasos quince o veinte minutos pagamos nuestros correspondientes siete euros por cabeza, únicamente por la visita a los jardines ya que se pueden sumar otras incrementando el precio total.

Los jardines fueron creados por un pintor francés, Jacques Majorell a principios del siglo XX alrededor de una casa pintada de vivos colores entre los que predominaba el azul intenso, conocido posteriormente como azul Marrakech. Apasionado de la botánica comenzó a llenarlo de plantas exóticas traídas de sus viajes por todo el mundo. 

En 1980 Ives Saint Laurent junto con un amigo, restauran el chalet y los jardines, aumentando el número de plantas y especies y transformando alguna dependencia.

Y los jardines, si bien son hermosos, ni justifican su precio, ni son tanto de admirar.  Son unos jardines privados, con variada vegetación, muy bien cuidados y con muy buen gusto,  adornados con fuentes, estanques y pérgolas,  pero nada más. Y mucha, mucha gente. 

Siempre me sorprendo de cómo los franceses saben explotar cualquier cosilla. Además, sigo sin comprender porque al azul del color de la casa se le llama “azul Marrakech”. Este azul predomina en las fachadas de algunas viviendas de otros países mediterráneos, como de Grecia o de islas italianas –hasta donde yo sé- luego aquí no inventaron nada, y aparte de esto, el color de Marrakech es el rojo.  Y si bien admiro muchas cosas de la cultura francesa, también afirmo su carácter algo “chovinista” como se refleja aquí.

Así que un poco frustrados dejamos estos jardines para tomar otro taxi que nos llevara cerca del hotel. Otra vez el regateo hasta los 3 euros.

Y llegamos alrededor de las 13 horas, con una por delante así que nos sentamos a charlar con su joven dueño, excelente conversador, amante de los viajes y quien nos dio mucha información. Y en amigable charla llegó la hora de partir, así que nos despedimos cariñosamente de él y comenzamos a tirar de nuestras maletas por las callejucas de Marrakech acompañados siempre por su traqueteante ruido.

A la hora convenida llegó Moha a recogernos y tan solo quince o veinte minutos después estábamos ya en el aeropuerto con unas tres horas de antelación como Ryanair nos había pedido. 

Nos despedimos también de Moha e iniciamos ya todos los trámites para pasar los controles que con Ryanair parece que eran distintos ya que pese a tener la tarjeta de embarque estábamos obligados a guardar la fila de facturación y desde allí ya, a los controles que pasamos sin mayores problemas.

Y si bien el avión partió casi con más de media hora de demora, recuperamos el tiempo y casi a la hora prevista tomamos tierra en Madrid Barajas.

Nuestra incursión por tierras africanas había concluido y este pequeño contacto  nos había atrapado. Así que nos prometimos volver.  Y yo comencé a echar cuentas: mejor época, noviembre. Para el año que viene tenía ya pensado otro viaje transoceánico que sería más o menos en esta época, así que podría quedar aplazado para el año en que tengo prevista mi jubilación, el 2021 y posiblemente  con nuestra nueva autocaravana. 

Pero el tiempo hablará.



Mª Angeles del Valle Blázquez
Boadilla del Monte, Junio de 2019